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ARNAUD IMATZ (Historiador e hispanista francés)
Martes, 17 de Marzo de 2020 Tiempo de lectura:
"Mientras dure la guerra"

La ficción propagandística del cineasta Amenábar

[Img #17256]Alabado por la mayoría de los medios de comunicación dominantes, bien realizada técnicamente y con la buen actuación del actor principal, Karra Elejalde, la película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra tiene el defecto excluyente de fingir que se basa en estudios de historiadores serios cuando, en realidad, se trata de pura ficción. 

 

Lamentablemente, con ocasión de la salida de “Lettre à Franco”, título francés de la película del cineasta chileno-español,  el vespertino parisino Le Monde del 19 de febrero 2020 publicó un artículo especialmente pretencioso e ignorante. Se podían leer las lindezas siguientes: “En su séptima película, Amenábar aborda el género histórico con una página desconocida de la guerra de España”. “Se puede suponer que será proyectada  en las escuelas o la televisión cuando se trate de evocar la relación entre Miguel de Unamuno y Francisco Franco, entre los intelectuales en general y el poder. Sería bueno prever también un debate”. ¡Una versión de la historia que seguramente complacerá a los aficionados de la sociedad orwelliana!

 

Centrado en la figura del vasco-español Miguel de Unamuno (1864-1936), ilustre filósofo, lingüista, poeta y dramaturgo de la Generación del 98, la película se esfuerza en mostrar que el rector de la Universidad de Salamanca no hizo una lectura correcta del golpe de Estado militar del 18 de julio de 1936 y que no comprendió las verdaderas intenciones de los sublevados. Unamuno se habría salvado in extremis para la posteridad por su toma de conciencia tardía y su increíble coraje durante el discurso muy crítico pronunciado en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, ante el general Millán-Astray y una pléyade de altos dirigentes del bando nacional.  

 

Según la película (basada - como lo ha subrayado expresamente Amenábar - en gran parte en la biografía de los hispanistas franceses Colette y Jean-Claude Rabaté, publicada por el Grupo Santillana), Miguel de Unamuno habría dicho ese día: "Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana occidental; una civilización que yo mismo he defendido otras veces. Pero la de hoy es solo una guerra incivil”... Amenábar añade aquí: “entre partidarios del fascismo y del bolchevismo" y en adelante la versión del discurso que da la película se aleja claramente de la de los Rabaté. Haciendo referencia directamente a las palabras de uno de los oradores, el profesor de literatura Francisco Maldonado, el anciano rector habría expresado también: "Dejaré a un lado la ofensa personal que supone en un discurso la explosión contra vascos y catalanes, llamándolos la anti-España; pues con la misma razón pueden ellos decir otro tanto [...]". Ciego de ira, Millán-Astray, el legionario fundador del "Tercio de Extranjeros" se habría levantado gritando: "¡Viva la muerte! ¡Muerte a los intelectuales!". Y el anciano filósofo habría continuado imperturbable: "Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado.  Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho... ¡He dicho lo que tenía que decir!"  

 

Este admirable y valiente discurso consiste, sin embargo, en una pura invención literaria. Si Amenábar hubiera sido más riguroso, habría confrontado esta versión mítica con los testimonios de personalidades académicas presentes entonces en el mismo lugar y con los trabajos de los historiadores especialistas en ese tema, puesto que no hay, en realidad, ningún rastro escrito o grabado de esta célebre intervención. La única fuente disponible es una treintena de palabras anotadas rápidamente por el filósofo en el dorso de un sobre: "guerra internacional; civilización occidental cristiana, independencia, vencer y convencer, odio y compasión, lucha, unidad, catalanes y vascos, cóncavo y convexo imperialismo lengua, Rizal, ni la mujer, odio inteligencia que es crítica, que es examen y diferenciadora inquisitiva y no inquisidora".  Esto lo confiesan incluso los Rabaté, si bien en una escondida y relegada nota al final de su libro, que dice lo siguiente: “Hemos tomado la libertad de reconstruir el posible discurso de Unamuno a partir de las notas garabateadas”. Pero se supone que Amenábar no dispone de suficiente tiempo para leer las notas de un libro.

 

Amenábar tampoco ha pensado en la utilidad de referirse a los trabajos del bibliotecario de la Universidad de Salamanca, Severiano Delgado Cruz, publicados en 2019, bajo el título Arqueología de un mito: el acto del 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca mientras que tuvo mucho eco en los principales medios españoles (entre los cuales ABC y El País en sus ediciones de los días 7 y 8 de mayo y 27 de mayo de 2018). Delgado Cruz demuestra que Millán-Astray no dijo nunca "Muerte a la inteligencia" sino más bien "Muera la intelectualidad traidora" y que Miguel de Unamuno, que centró su breve intervención en la compasión, no le respondió en un tono tan indignado ni altivo. No hubo ni réplica solemne, ni armas al aire para amenazar al rector. Tampoco existieron los gritos "¡Arriba España!", "¡España, grande!" y "¡España, libre!". Millán-Astray pidió al anciano profesor salir del brazo de la señora de Franco (y no agarrándola de la mano como en la película). El filósofo y Carmen Polo de Franco, acompañados de Monseñor Plá y Deniel, obispo de Salamanca, y de tres soldados de la guardia personal del general, se dirigieron entonces hacia la puerta. Antes de subir en el coche oficial, donde ya se había sentado doña Carmen, Unamuno estrechó la mano de Millán-Astray y los dos hombres se despidieron (una foto publicada en El Adelanto de Salamanca, con fecha del 13 de octubre de 1936, lo atestigua).  

 

La leyenda del incidente del Paraninfo nació, como lo demuestra Delgado, a partir de 1941, cuando Luis Portillo redactó una narración ficticia titulada "Unamuno´s Last Lecture" para la revista londinense Horizons. Este joven profesor de Salamanca, que trabajaba para la BBC, había trabajado en Valencia para una oficina de información del gobierno de la República. En su recreación literaria, Portillo subraya voluntariamente la brutalidad de Millán-Astray frente a Unamuno, exaltando la actitud valiente del intelectual que se atrevía a oponerse al infame jefe militar. Pero el mito no se impuso verdaderamente hasta más tarde, cuando el relato de Portillo fue utilizado de manera acrítica por el historiador Hugh Thomas en su libro mundialmente conocido  The Spanish Civil War (1961).  

 

La breve algarada tuvo consecuencias. El 16 de octubre, el Consejo de Dirección de la Universidad de Salamanca (formado por civiles y no militares) pidió la revocación del rector. El general Franco decretó su destitución el 22 de octubre. Ironía del destino, Unamuno fue sucesivamente destituido del vicerrectorado por antimonárquico e insultos al rey en 1924; nombrado rector por la República, y destituido por el gobierno del Frente Popular por su adhesión al levantamiento nacional (purga de los profesores de universidad ordenada por el decreto de Manual Azaña del 23 de agosto 1936); finalmente, vuelto a nombrar por el Comité de Defensa nacional y destituido de nuevo el 16 de octubre.  

 

Unamuno, cuya salud era cada vez más frágil, vivió después recluido en su casa hasta su muerte el 31 de diciembre de 1936, a la edad de 72 años. Al final de la película, Amenábar deja entrever que, después del incidente, el anciano filósofo habría puesto definitivamente distancia con el bando nacional. Pero ahí también su conclusión expeditiva no tiene más que una relación lejana con la verdad histórica. El entusiasmo inicial de Unamuno por el bando de los sublevados se enfrió efectivamente a la luz de las informaciones que le llegaban sobre la represión ejercida en retaguardia la cual era, finalmente, parecida a la que se producía en el bando frentepopulista. Pero Unamuno continuó oponiéndose frontalmente al gobierno del Frente Popular (y no a la República). Católico heterodoxo, espíritu libre, independiente, rebelde, amante de la justicia y la razón, como lo había sido durante toda su vida, Unamuno criticó severamente las ejecuciones extrajudiciales de los dos bandos, la falta de compasión de los partidos de derecha pero apoyó, justificó y legitimó la sublevación del bando nacional hasta su muerte. Sus entrevistas, cartas y otros documentos posteriores al 12 de octubre de 1936 no dejan lugar a dudas (ver especialmente los encuentros con Jérôme Tharaud y Katzantzakis los días 20 y 21 de octubre, y después con Norenzo Giusso el 21 de noviembre; la carta a su traductora Maria Garelli del 21 de noviembre; el encuentro con Armando Boaventura de finales de diciembre o incluso las últimas líneas de El resentimiento trágico de la vida, Notas sobre la revolución y guerra civil españolas).

 

La prensa favorable al Frente Popular le cubrió de insultos. Para ella era el "loco, lleno de bilis, cínico, inhumano, mezquino, impostor, gran traidor" e incluso "el inspirador espiritual del fascismo". La cuestión estaba sin embargo perfectamente clara para el viejo rector: se trataba de "una lucha entre la civilización y la anarquía", "no de una guerra entre liberalismo y fascismo, sino entre civilización cristiana y anarquía". "Lo que hay que salvar en España", decía, "es la civilización occidental cristiana y la independencia nacional". Poco tiempo antes de morir, calificaba a "las hordas rojas" de "fenómenos patológicos, malhechores y antiguos criminales", de "bestias feroces", rechazaba "la barbarie del Frente Popular", decía que "Franco es un buen hombre y un gran general", profetizaba "el exilio interior o exterior que esperaba a muchos españoles inteligentes y con corazones puros" y confesaba "su desesperanza": "Da asco ser hombre". Explicaba también: "En este momento crítico de sufrimiento para España, sé que debo seguir a los soldados. Son los únicos que nos devolverán el orden [...] No me he convertido en derechista. No os fijéis en lo que se dice. No he traicionado la causa de la libertad. Pero, por el momento, es absolutamente esencial que el orden sea restablecido. Después, en cualquier momento me volveré a levantar rápido y me lanzaré en la lucha por la libertad. No, no, no soy fascista, ni bolchevique; soy un solitario".  

 

El 31 de diciembre de 1936 es un falangista, Bartolomé Aragón, de visita al anciano maestro, quien recoge sus últimas palabras e informa a la familia de su muerte. Es también un intelectual falangista, Víctor de la Serna, quien organiza el velatorio en el Paraninfo de la Universidad y el féretro es trasladado por cuatro falangistas durante su entierro.  

 

Se puede entender que este conjunto de hechos cuadra mal con la imagen que Amenábar quiere dar del célebre filósofo. Pero se comprende también por qué el cineasta no ha querido empezar su película con la sabia advertencia: "Esto es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.

 

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